En 2024, un total de 488 personas perdieron la vida en las vías urbanas de nuestro país. De ellas, 206 eran peatones. Es decir, el 42% de las víctimas mortales en entornos urbanos fueron personas que caminaban por la calle. El dato es contundente. Pero lo que hay detrás es aún más preocupante: el uso del teléfono móvil se ha convertido en uno de los factores más determinantes en estas tragedias. Lo ha dicho alto y claro el director de Tráfico, Pere Navarro: “Desde 2015 las distracciones son la primera causa de mortalidad, y esto se llama smartphone. Se conduce como se vive”.
La Dirección General de Tráfico ha puesto el foco en esta tendencia que ya no puede considerarse una excepción ni una casualidad. Estamos ante un problema social. Un comportamiento cotidiano, aparentemente inofensivo, que nos cuesta vidas. Y muchas.
La tragedia del hábito
Pequeño, ligero, siempre en la mano. El móvil acompaña a muchos peatones incluso cuando cruzan la calzada. Auriculares puestos, la vista baja, los dedos deslizándose por una pantalla que no avisa del peligro. Es un gesto automático. Tan normalizado que parece invisible. Pero detrás, hay estadísticas que deberían despertarnos de este letargo tecnológico: el 79% de los fallecidos en 2024 murieron en vías urbanas y, dentro de los llamados «usuarios vulnerables», los peatones fueron los más afectados, seguidos por 139 motoristas (28%), 26 ciclistas (5%) y 13 usuarios de vehículos de movilidad personal (3%).
¿Y los ocupantes de turismos? Solo el 16% de las víctimas pertenecían a este grupo. ¿Qué nos dice esto? Que en la ciudad, el riesgo no va sobre cuatro ruedas: va a pie, va expuesto, va distraído.
El enemigo en el bolsillo
La DGT ha encargado un estudio específico para analizar cómo afecta el uso del móvil entre los peatones. Pero, mientras llegan las conclusiones, hay algo que ya sabemos: nuestras conductas diarias tienen un impacto directo en la seguridad vial. No se trata solo de normas de tráfico o pasos de cebra. Se trata de decisiones individuales. De la atención que prestamos. De si miramos o no antes de cruzar. De si pensamos que «a mí no me va a pasar».
Y sí, muchas veces creemos que esto solo les ocurre a otros. Que somos invulnerables. Que un vistazo rápido al móvil no hace daño. Pero basta un segundo. Una distracción mínima. Y ya no hay vuelta atrás. La vida se puede perder en un parpadeo, y lo que parecía rutina se convierte en tragedia.
Entre la tecnología y la conciencia
La dependencia del teléfono no es solo una cuestión de moda. Es reflejo de un cambio profundo en nuestra forma de vivir. Somos sumisos a la tecnología, sí. Pero también podemos ser conscientes. Podemos elegir mirar antes de cruzar, guardar el móvil unos segundos, quitar los auriculares en zonas de tránsito. No es pedir mucho. Es simplemente pedir vida.
Porque los datos no son solo números. Detrás de cada una de esas 206 muertes hay una historia. Una familia. Un futuro truncado. No podemos permitirnos seguir por esta línea. Hay que frenar. Hay que educar. Hay que hacer ver que la ciudad no es un juego. Es un entorno vivo, en movimiento, donde cada decisión cuenta.
Una llamada de atención
Este artículo no es una sentencia, ni una condena. Es una llamada. Una súplica a la conciencia colectiva. A los padres que caminan con niños. A los jóvenes que se aíslan con auriculares. A los mayores que cruzan despacio. A todos. Porque todos compartimos las calles, y todos somos vulnerables.
La seguridad no depende solo de los semáforos o de la policía. Depende también de ti. De mirar al frente. De estar presente. De dejar el móvil en el bolsillo. Y si hoy logramos que una sola persona tome conciencia, tal vez mañana esa vida siga caminando. No podemos permitir que el próximo dato seas tú, tu amigo, tu madre o tu hijo.
La vida no espera. Ni se repite. Es ahora. Y se vive con los ojos bien abiertos.
















